Allan Watts, filósofo británico, escritor y sacerdote anglicano decía que para lograr la seguridad no hay que enfrentarse a ella, sino incorporarla a uno mismo, tener un “estilo seguro”, una manera de actuar integrada a todo lo que hacemos y no como algo externo o a ratos. No deberíamos “tener un actuar seguro” sino que deberíamos “ser seguros en el actuar”.
Esta filosofía cobra más relevancia al conducir un vehículo, porque nuestro actuar no solo nos involucra a nosotros como individuos, sino también a terceros como peatones, pasajeros, ciclistas y todos con quienes compartimos la vía pública y, por supuesto, nuestras familias, colegas y seres queridos que se verán, directa o indirectamente afectados, si es que nos pasa algo durante el viaje.
Datos como que en Chile, el año 2019, murieron casi 900 personas por alguna actitud de riesgo, que el 82% de todos los accidentes se produce por imprudencia del conductor, incluyendo el manejar fatigado y que el 18% se produce exclusivamente por fatiga y somnolencia, son alarmantes, más aún cuando luego del análisis, queda claro que la mayoría son completamente evitables: no respetar velocidades máximas permitidas o recomendadas, no respetar señales del tránsito o semáforos, utilizar el celular o fumar mientras se conduce, conducir con sueño o cansancio, cambios de pista sin señalizar o realizar maniobras imprevistas, no mantener una distancia prudente con otros vehículos o peatones, conducir bajo la influencia del alcohol o de drogas, no estar atento a las condiciones y estado de la vía, entre otras causas.
¿Cómo podemos evitar o disminuir estas conductas de riesgo?
La respuesta tiene tres etapas: La primera es poder detectarlas, alertarnos de ellas en el mismo momento en que suceden para poder corregirlas y así, mantener siempre la mente en alerta de que esas conductas de riesgo, que quizás ejecutamos sin pensar, se hagan evidentes para nosotros mismos.
La segunda etapa es analizarlas, el descubrir el porqué de su causa, el motivo por el cual, sabiendo que son riesgosas las tenemos igual. Ahí las causas son diversas: trastornos de sueño, exceso de horas de conducción, procedimientos mal diseñados, falta de entrenamiento o concientización, entre otras.
La tercera y última etapa es generar las acciones que permitirán a los conductores cambiar su comportamiento y no “enfrentarse al riesgo”, sino que hacerlo parte del día a día a través de “actitudes seguras”, que si se fomentan y entrenan, de forma natural se actuará de forma más segura evitando las conductas de riesgo.
Las actitudes seguras son principalmente cuatro: la empatía, la capacidad de ponerme en el lugar del otro; el altruismo, la preocupación por el bienestar de los demás; la responsabilidad, cumplir con las obligaciones deberes y tareas encomendadas, y la previsión como la capacidad de adelantarme a potenciales peligros y tomar las medidas para evitarlos.
Al llegar a este punto, los conductores no sólo estarán beneficiándose a sí mismos, sino también a su familia y a toda la comunidad con la que interactúa y no porque se sientan obligados o controlados sino porque se habrán dado cuenta de que el riesgo es inminente a cada viaje, por sus características y nuestra condición de humanos imperfectos, por lo que sólo un trabajo conjunto, dedicado y con la correcta tecnología los hará llegar cada día a su casa sin ninguna tragedia que lamentar.
Por: Rodrigo Serrano, vicepresidente corporativo de Innovación y Desarrollo de Wisetrack Corp